El reportaje de un estudiante erasmus en Budapest

lunes, 8 de agosto de 2011

Pensamientos previos

Hace tiempo que no escribo nada, más que nada porque estando todavía en España pocas cosas tengo que contar. De lo que vengo a hablar de los pensamientos que rondan mi cabeza tres semanas antes de coger el avión rumbo a Budapest, la eterna curiosidad que gira alrededor de mi mente acerca de cómo serán las clases, la facultad, los compañeros, la ciudad, etc. y es que aun no sé ni donde voy a vivir. Lo que sí sé es que ninguno de los pensamientos es negativo, todo se sitúa en un contexto mezcla de ilusión e inquietud, en el buen sentido de la palabra. La única pega a esta experiencia ya la comenté en una de las entradas anteriores, donde hablaba de la chica que dejo en España, y que espero conservar con el mismo sentimiento con el que me fui, intacto. La distancia es una ramera de primera calidad, contra la que tengo todas las armas disponibles para luchar.

¿Qué nos mueve a viajar? A algunos la desdicha en su lugar de origen les incita a buscar nuevas experiencias, un cambio de aires por así decirlo. A otros, la curiosidad y las ansias de saber es algo que llevan dentro de sí desde que tienen uso de razón. Como norma general, cuanto más inteligentes somos, más ansiosos nos mostramos por conocer el mundo que nos rodea: nuevas culturas, gente nueva, diferente, nuevos contextos de vida... En mi caso, llevo conociendo mundo desde los dieciseis años, todo gracias a mi hermano, al que tanto le debo y el motor principal por el cual ahora me veo en esta aventura. De no haber tenido una referencia así, quizás ahora ni siquiera estaría en la Universidad. Eso sí, las experiencias anteriores responden a una duración comprendida entre una y dos semanas, en las que he podido visitar lugares como Bélgica (Bruselas), Reino Unido y Lituania, entre otros dentro del territorio Nacional (Barcelona, Madrid, Tenerife, Valencia, etc.)
Ahora bien, la aventura que comienza es un poquito diferente, se trata de estar todo un curso académico en otro país. Yo ya tengo la experiencia de estudiar dos años fuera de mi casa, eso sí, a apenas hora y media en coche. Ahora me voy a miles de kilómetros, a un lugar donde la gente ya no habla como yo, un lugar donde voy a tener que sacar lo mejor de mí para sobrevivir, lingüísticamente hablando. Donde hasta para ir a apuntarme a un gimnasio le voy a tener que dar al coco. Por diferir, hasta la moneda es diferente. Ya estoy haciendo las movidas pertinentes para llevarme algunos florines húngaros para allá.

Estoy deseando pisar suelo húngaro, pillar una conexión a internet y empezar a contar mis primeras impresiones, las primeras fotos, conocer a las primeras personas, sin importar la nacionalidad. Empezar a desenvolverme, a inspeccionar la ciudad, dormir la primera noche de esta aventura.
Voy a hacer realidad el sueño de mucha gente e incluso a despertar algunas envidias. Y, por qué no, motivar a otras personas para que en cuanto salgan las listas de destinos no se lo piensen ni un motivo y pidan la beca.

Lo único que espero por mi parte es que merezca la pena y no perder el optimismo, cosa difícil cuando hace unos días me he enterado de que apenas podré convalidar la mitad de un curso (36 créditos), lo que me obliga a examinarme de unas cuatro o cinco asignaturas a mi vuelta a España.

Pero, ¿quién dijo miedo? (De, Ki mondam félelem?)